Muchas veces he dicho que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, un dicho algo popular, pero tal como dice el dicho ES EL HOMBRE Y NO LA MUJER quien tropieza, las mujeres no sólo tropezamos sino que además nos enamoramos, y a veces, a largo plazo puede ser el gran error de la vida, a mí me pasó con un tal Gabriel Baldufa, que me pasé 8 años de mi vida tropezando y que Gabriel me pisara y me rebajara a su antojo, desde el suelo no podía ver más allá de mis narices.
Pero había algo que jugaba a mi favor, por un lado el tiempo y por otro el destino y entre ambos me ayudaron a dejar de tropezar, y no sólo eso, sino a levantarme y ver cuál era la causa de mis fracasos y de mis caídas.
Llegó el momento de levantarse, tal y como hace el sol, cada noche cae, pero al día siguiente vuelve a levantarse para regalar sus rayos.
Cuando nos levantamos y seguimos adelante encontramos muchas piedras por el camino, después de Gabriel encontré otra llamada Robinson Antón Calleja en una zona llena de luz y candor, pero el camino me enseñó que la luz no era más que un reflejo que absorvía la poca luz que le llegaba y que como los rayos artificiales podian ser dañinos y de hecho, fueron dañinos.
El destino me dió una lección: pasado, presente y futuro son tres mundos paralelos, pero a la vez, el destino es caprichoso y puede hacerlos cruzar, cuando mi presente era Robinson Antón volví a tropezarme con Gabriel con un único motivo: hacerme daño. Ambos fueron dos personas que supieron hacerlo, el primero lo sabía hacer mejor y el segundo más que nada supo gracias a la ayuda del primero.
Después de pensar que no podría levantarme por el muro realizado por ambas piedras, levanté la cabeza, y vi algo que al principio no quería ver, cuando estaba enmurallada por dos piedras y me negaba a salir de ahí, apareció un... no sé, algo que me presentó el destino por casualidad al mismo tiempo que iba teniendo chinas que no eran nada más que intentos para llenar los huecos del camino.
Llegó un día en que dos destinos con pasados turbulentos se cruzaron en el lugar y momento adecuado, dos personas que estaban hechas la una para la otra, dejé de encontrar piedras y encontré un camino de asfalto que recorrer sin fin alguno, ese camino se llama Iñaki.
No importa cuánto caigas si luego te levantas, no importa los baches que tenga el camino, pues cada bache que queda atrás te acerca más del camino correcto. Atrás quedaron Gabriel y Robinson Antón un muro que no me quería dejar pasar a este camino de felicidad preparado única y exclusivamente para Iñaki y para mí hasta el más remoto final.
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